Animados por fantasías históricas, se ha conformado en Salta una casta dirigente que tuvo la oportunidad de encaramarse en el poder para recrear justamente lo que las sociedades más avanzadas ya han dejado cristalizado en los museos.
El uso de la prosapia como “título habilitante” para alcanzar el cargo público es hasta si se quiere anticonstitucional, ya que el Artículo 16 de la Carta Magna predica la “idoneidad” como condición para el empleo, a la vez que rechaza el exhibicionismo de títulos honoríficos y blasones, lo vulgarmente se conoce como “hijos y entenados”; algo que ya la Asamblea del Año XIII había abolido.
Sin embargo, se pasean muy orondos por los pasillos del poder distribuyendo tarjetas personales que obran como si fueran certificados académicos, papeletas que en realidad documentan el vacío intelectual y hasta la ausencia de un “Cursus Honorum” que los legitime en la función.
Tal punto de enajenación alcanza en estos personajes el autoconvencimiento de que su sitio en el poder deviene de los Dioses, que en algunos casos hasta ejercitan el derecho de pernada sobre doncellas y hasta damas desposadas ¡de sus propios amigos!
Otros, de menor porte político pero de mayor estupidez acumulada, lucran con la gloria de antepasados de dudosa filiación pero que bien vienen a cumplir el papel de justificar las honras y honores que se hacen prodigar.
Es en suma el lamentable espectáculo de una oligarquía venida a menos en lo intelectual y en lo moral que se atrinchera en presuntos blasones para dirigir una sociedad que se está quedando, retrasada respecto del avance del mundo globalizado y donde los hijos de los lacayos (pueblo) que se cuentan por cientos de miles, se postergan hipotecando su futuro, porque más allá de las fronteras de la Provincia, el mundo continúa avanzando.
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