Nunca segundas partes fueron buenas. Terceras menos
Las naciones y sus provincias son organizaciones sociales y políticas que se rigen por reglas que se fundamentan en la experiencia histórica. Precisamente, el tiempo del constitucionalismo vino a superar la época de las monarquías hereditarias y absolutas.
Los constituyentes fundaron la República con reglas básicas, no sólo para la convivencia sino también para generar el progreso de los pueblos. Entre ellas dos se destacan, la igualdad ante la ley y la alternancia en el poder.
Estas dos son normas estrechamente ligadas entre sí, pues cuando se desecha la movilidad democrática que instruye el cambio y la sucesión de gobernantes, se atenta contra la igualdad porque el gobernante y sus funcionarios se instalan obligadamente en un sitial más alto que los demás.
Además, esa perduración en el poder genera la tentación de más poder, tal como se ha visto en los últimos años de la democracia argentina donde los gobernantes terminan reclamando la suma del poder público, y utilizan a la mayoría para desnaturalizar la función de las Cámaras que se convierten, como se ha dicho, en “escribanías” del gobernante de turno.
Las reelecciones son un gran error porque fomenta el surgimiento del caudillismo, algo que los fundadores intelectuales de la Argentina combatieron como el signo del atraso y la decadencia.
La movilidad democrática, la alternancia del poder promueve el progreso de los pueblos, porque el gobernante se ver urgido a realizar la mejor gestión, tomando lo bueno que hereda y corrigiendo lo malo, y así sucesivamente. Esta es la dinámica de un pueblo que evoluciona.
Pero que un gobernante se quede más de una década en el poder, sólo sirve para enquistar castas de oportunistas y mediocres que de otro modo jamás podrían realizar sus sueños personales, precarizando así la función pública ya que se nombran amigos y afines que solamente vienen a reverenciar la figura de quien los nombró desatendiendo el interés general.
Los hombres pasan y la Nación, la Provincia, queda, por lo tanto, la única continuidad por la que se debe bregar es la de las Instituciones.
Si los políticos tuvieran céntimo de grandeza personal, ocuparían sus lugares según lo dicta la Constitución y no buscarían reformarla para ajustarla a su gusto personal, o se darían a rebuscadas interpretaciones para seguir quedándose.
Ya lo dijo alguien, “Nunca segundas partes fueron buenas”. Terceras, menos.
Redacción El Diario de Salta
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