Por Sofía Agostini Abreu
La brutalidad preside la época actual y se verifica sin rubor alguno. Los periódicos más importantes del mundo publican de qué manera toda barbarie tiene una explicación; por ejemplo, invadir un país es “prevención” y genocidio es “luchar contra los regímenes más peligrosos del mundo”; la tortura es para “salvar más vidas” y la eliminación de personas es necesaria para lograr que “el mundo sea mejor”; todas palabras que se encuentran en los discursos de los presidentes de las potencias mundiales.
En el discurso del político hay lugar para todo tipo de expresiones que no son más que frases vacías donde se sostiene la “Igualdad ante la ley” pero la brecha social es cada vez más amplia e insostenible. Lo mismo que decir que los “marginados precisan de la ayuda de toda la sociedad para tener una oportunidad” y entonces se tercerizan los servicios subvencionando la pobreza; es decir, haciendo que los pobres sean cada vez más pobres, pero eso sí; asistidos.
Éstas son las sutilezas de la “democracia liberal”; los argumentos para imponer un capitalismo salvaje que aniquila y despoja mediante la explotación de recursos y de seres humanos. La lista podría ser mucho más amplia, se podrían incluir la estafa política, la impunidad y la xenofobia, la marginación y la decadencia cultural y moral.
A cambio han entronizado una cultura del éxito, pero sólo destinada a quienes logran superar las barreras morales y se instalan en el sector de los ganadores. Son los hombres fuertes, los que deciden la eliminación de poblaciones enteras en beneficio de la porción de humanidad que califica y que debe hacerse con la tierra, el agua y hasta la libertad de los naturales que viven en determinada zona del planeta.
En la base de esta estrategia está la brutalidad; esa con que diseñan estas macro estrategias invadiendo a las sociedades culturalmente primero, incorporándole vestimentas, usos y costumbres (Halloween es la muestra más evidente), vocablos extranjeros y borrando su pasado de la memoria colectiva mediante la eliminación en las escuelas del estudio de la Historia. Y la brutalidad de los que van quedando brutos a causa de la primera brutalidad.
Cualquier cosa que no comulgue con estos “principios” del Nuevo Orden será tomado como un signo de debilidad, antigüedad o “fascismo” como se suele llamar en las comunidades progres a los valores. En el fondo, nadie se da cuenta de que lo que están defendiendo es mucho más autoritario y peligroso que lo que combaten.
Se trata de una estrategia que tiene en la base el adormecimiento de la conciencia popular, que de a poco va dejando a las sociedades indefensas, solamente contentadas con placebos producto del consumismo. Aquel estoicismo en el trabajo y el esfuerzo con que nuestros padres edificaron sus posiciones ha sido cambiado por el facilismo del subsidio y la prebenda.
Apatía, holgazanería y mediocridad cultural son los rasgos más destacados de esta nueva forma de dominio que apunta a destruir el pensamiento crítico y consolidar un pensamiento único.
Es la hora de los brutos. Sí, pero no de aquellos que no tienen cultura sino de los que predican la violencia a través del discurso, de la moda y del consumo cada día más violento y frenético.
Como bien dijo aquél: “A un bruto dadle armas, pero nunca le deis una pluma porque os convertirá en brutos”.-
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