Supieron definirlo como un “familiero empedernido”, hombre de vasta cultura, amigo de Perón y Eva Duarte y el referente más claro del peronismo doctrinario. Un cultor de las ideas, lo que se diría en la jerga “un típico muchacho de barrio”.
Le costaría mucho tiempo superar la muerte de su esposa, Ana Goitia, compañera de todas las horas y madre de sus diez hijos.
Porteño de ley, tanguero y devoto de Pichuco, pero hombre de cultura universal, Giuseppe Verdi presidía su pasión por la ópera, mientras desgranaba canzonetas napolitanas.
Notable en su sentido del humor, capaz de colocarse bigotes gruesos al mejor estilo napolitano para entonar “O sole mío”, como de jugar con la política dictatorial del mismo peronismo.
Su memoria constituyó el anecdotario más frondoso de la intimidad del General y Evita. Famosa es la escena que solía recordar cuando Eva Duarte, ya enferma y él recién nombrado Ministro: “La señora me recibió en la residencia de la calle Austria, recostada en la cama y leyendo el diario. “Dígame, Cafiero, ¿usted qué comió esta mañana? ¿Mierda?” Le contesté: “No, señora”, pero sentí que el mundo se derrumbaba encima de mí y que mi flamante carrera política estaba terminada. “¡¿Cómo va a nombrar a ese hombre, que es un traidor!?”, siguió Evita y se deshizo en críticas al funcionario. Me fui de allí dispuesto a renunciar. Después, a la tarde, sonó el teléfono en casa y atendió Anita: “Es la señora”. Evita llamaba para disculparse por el exabrupto. “Compréndame, Cafiero, Es que ese tipo…” Y tenía razón. El coronel aquel, años después, se unió a la Revolución Libertadora”.
Otra anécdota fue aquella de su encuentro con el Papa Paulo VI, en vísperas del golpe militar del 24 de marzo de 1976, Cafiero viajó a Roma como embajador de Isabel Perón ante la Santa Sede. No llegó a presentar sus cartas credenciales al Papa Paulo VI. Pero tuvo un audiencia con el pontífice el 7 de abril, en la que le explicó el drama que se había desatado en la Argentina, que estaba bajo total control militar.
-Una cosa que me dijo el Papa me impresionó mucho –recordaba Cafiero años después– Me dijo: “No se preocupe, señor embajador, los pueblos siempre vencen”. Aún me pregunto qué me quiso decir.
Sabedor de que en la Argentina le esperaba la cárcel, y a instancias de su mujer, Ana, Cafiero volvió al país, en el avión, que hacía escala en San Pablo, el comandante de la nave le avisó que en Ezeiza lo esperaba la Policía Federal. Desistió de quedarse en Brasil para asilarse en Venezuela. Pasó más de un año preso en el buque Treinta y Tres Orientales y, más tarde, en el penal de Caseros.
Con Antonio Cafiero se ha ido el último peronista.
Fuente: Medios de Prensa
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