Ignacio Hurban, nieto recuperado de la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, fue declarado ciudadano ilustre en la localidad santacruceña de Cañadón Seco, donde vivió su padre Walmir “Puño” Montoya. Éste sería el escueto resumen de una noticia, pero que tiene una connotación ofensiva para los argentinos.
Si bien el muchacho es inocente de toda inocencia, no se comprende cómo algunos argentinos analizan la parodia de entronizar a un guerrillero como héroe, pues su padre tiene un monumento al mismo modo de los grandes próceres argentinos, y designan a su hijo, que hasta hace veinte días desconocido ilustre, como ciudadano ilustre.
Esa declaración se entiende en casos de hombres que sobresalen por su talla moral, por sus investigaciones, en fin, pero los subversivos peleaban por quebrar las instituciones y derrocar al gobierno, desataron una guerra, robaban, secuestraban y asesinaban. Vivían en la clandestinidad, se agrupaban en células pequeñas, tenían talleres, fabricaban bombas, instalaron cárceles subterráneas para detener a sus enemigos, volaron casas, oficinas, aviones, autos, buques.
Todo eso ha sido ocultado y olvidado, una recuente actitud argentina, y este Gobierno los vendió en su discurso como inocentes “jóvenes idealistas” que luchaban por una patria mejor, lo cual también es y será una burda mentira.
A este anónimo profesor de música de pueblo –Ignacio Huban- pronto le llegó la fama, y a sus padres de crianza pronto les va a llegar la cárcel por el delito de haberlo criado, educado y cuidado, cuando era un bebe huérfano de padre y madre, porque hasta donde se sabe, ese matrimonio son gente ignorante y sencilla que únicamente quisieron tener un hijo.
Los actos de vandalismo, tortura y asesinatos que cometieron las patotas militares tampoco deben tener olvido y bien sentenciados están los que participaron en la represión ilegal, más allá de que reaccionaron con la furia propia de quienes veían caer asesinados cobardemente a sus camaradas, a sus esposas y hasta a sus hijos. En esa ceguera de venganza, los militares se olvidaron de la ley.
Un hecho paradigmático es el secuestro y posterior calvario del Coronal Argentino del Valle Larrabure después de tomar una Unidad militar, su cautiverio en una cárcel del pueblo y su aparición muerto y con decenas de kilos menos después de haber sido torturado.
Es necesario de una vez revisar la historia reciente, volver la mirada hacia los años setenta y exhumar toda la verdad. Muchos se sorprenderían cómo los civiles aplaudían en las calles el paso de los tanques, pues para juzgar debemos situarnos en esa década y repasar los hechos, su entorno y el pensamiento de los Argentinos en ese momento.
Alguna vez hay que saldar la historia para mirar hacia adelante. De lo contrario, todo empeño en el progreso será tiempo perdido.
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