De manera colectiva o individual la violencia ha ganado un terreno desproporcionado en una sociedad que hasta hace unos años era bastante pacífica. La crispación parece haberse apoderado de los argentinos y hasta la más mínima situación puede engendrar un acto de violencia.
Una de las causas de esta situación ha sido denunciada por miembros de la Asociación Psicoanalítica Argentina, concluyendo que el malestar social proviene de los sentimientos de frustración e impotencia que la ciudadanía siente por los excesos de los líderes.
Los códigos de convivencia parecen haberse eliminado y el vandalismo campea por las calles impunemente, todo un sector de la sociedad debido a la crisis económica cayó hacia un estadio más bajo donde las demandas básicas tienen que sufragarse de alguna manera, aunque sea delinquiendo.
Lo preocupante es la sensación que se apodera del universo social donde pareciera que se ha vuelto a un estado de naturaleza primitiva donde la venganza pretender reemplazar a la ley. El Estado como garante de la paz social, ha desaparecido. Un síntoma de la gravedad de este problema han sido los linchamientos públicos de quienes habían cometido algún ilícito.
El Gobierno es responsable de esta situación en dos sentidos. Por una parte, el haber vinculado la palabra orden con represión; ordenar significa estar en contra de los derechos humanos, a la vez que se debilitaba a las fuerzas de seguridad. Por otra parte, el desinterés en invertir en seguridad ya que como sus resultados son a largo plazo y no genera rédito político, no se hace.
Este es el resultado de una acción planificada, porque las sociedades se piensan, son el resultado de una arquitectura social a partir de una ideología, un discurso –relato- y con reglas precisas. Como alguien dijo, la país va cuesta abajo y tomando velocidad, para colmo los frenos son “Marca ACME”. No es gracioso.
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