Cuando el periodista Jorge Lanata dijo que la persona que se viste y se arregla como mujer, pero tiene órganos masculinos, no puede decir que es madre de sus hijos, porque no los tuvo en su vientre y que, en todo caso, será padre, pero no madre, el sector llamado “progre” de la comunidad reaccionó con virulencia.
Al margen de la situación de la persona involucrada en el comentario de Lanata, la artista conocida como “Florencia de la V”, cuya situación personal no debe discutirse ni es interés de este comentario, queda flotando en el ambiente una sensación de que algo no se ajusta a la realidad.
Sencillamente se trata de que la tergiversación de los valores en la sociedad ha llegado a tal punto que decir la verdad es una ofensa pasible de sanción hasta judicial. Insólito.
Paradójicamente, la aplicación del término “igualitario” no se corresponde con la realidad, ni de lo que desea representar, ni tampoco con su sentido mismo. Veamos. En el primer supuesto su alcance sólo puede ser semántico ya que no se puede igualar por voluntarismo lo que la naturaleza dispuso de otra manera. Luego, en el orden de la ideología, resulta que lo “igualitario” no es tal sino que termina siendo autoritario, ya que no acepta ninguna opinión tan siquiera sobre la cuestión.
Por lo tanto, lo “igualitario” pone en ejecución una ficción, un voluntarismo, ya que la llamada “identidad de género” pretende que todos acepten como real una situación que no existe.
Una cosa es el modo en que alguien se concibe a sí mismo, como varón siendo mujer y viceversa, lo cual en los términos de la mentalidad contemporánea no debe molestar a nadie, incluso estaría amparado por el espíritu del Artículo 19 de la Constitución Nacional, y dependerá en todo caso de los modos y costumbres del lugar donde habite, y otra muy distinta es justamente, violar el Artículo 16 de misma Carta violentando la igualdad que les cabe a todos ante la ley, en este caso, el de opinar libremente, que dicho sea de paso estaría violando otro artículo más, el Artículo 14.
No se puede ni se debe mezclar el género con el sexo. El género hace sólo referencia a la denominación, a las palabras con las cuales se designa cada cosa, ya femenino, ya masculino. Pero el sexo, la distinción de sexo, es sólo propiedad de los animales o personas. Es mujer o varón, no hay otra. Salirse de ese marco es ir no sólo contra la naturaleza de las cosas sino también de las reglas de la oralidad.
Finalmente, queda para el debate otra situación, más grave aún, aquella de que los ciudadanos tengan que cuidarse en lo que expresan so pena de ser perseguidos por la ley. Una cosa es referirse a una persona travesti con un calificativo descalificante lo que representaría sí una discriminación, y otra muy distinta es designarla como tal.
Llegar a estos límites de censurar la opinión ajena en base a supuestos ideológicos es peligroso en una sociedad que se pretende democrática, ya que puede conducir a la tiranía de las minorías, como ocurrió durante la Revolución Francesa, y todos saben cómo terminó aquello.
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